viernes, 7 de junio de 2013

ANTONI IBERN EROLES: un siglo de supervivencia (I)


Antoni Ibern. Carnet de deportado
Durante la mañana del pasado 18 de mayo, en un sencillo acto en la Residencia de la “Gent Gran” de la localidad leridana de Àger, el director de los Servicios del Departamento de Bienestar Social y Familia de la Generalitat de Cataluña, entregó unas Medallas Centenarias a  tres personas que habían cumplido, o estaban a punto de cumplir, los 100 años de vida. Entre aquellas tres personas homenajeadas se encontraba Antoni Ibern Eroles y en la escueta nota de  la Generalitat podíamos leer:  

Antoni Ibern i Eroles nació al 7 de junio de 1913 en Àger, donde trabajó de agricultor. Explica que nunca podrá borrar de la memoria los cuatro años y medio que pasó preso en el campo de concentración de Mauthausen. Actualmente vive en la residencia de Àger con su esposa, con quien ha tenido dos hijos que le han dado tres nietos

Ha sido por una de sus nietas, Noemí, por quien hemos conocido este acontecimiento: la celebración de un siglo de vida –también de abnegación, dignidad y supervivencia-  de su abuelo Antoni que hoy, todavía recuerda los pasajes más dolorosos de su experiencia durante su deportación junto a otros muchos compañeros de infortunio, los cuales no tuvieron su suerte y no pudieron sobrevivir al destino que la sinrazón les había destinado.

De Àger a Mauthausen.
La vida de Antoni transcurría en su localidad natal sin estridencias, viviendo humildemente de su trabajo como “pagès", hasta que, en aquel principio de verano de 1936, cuando la cosecha de cereal requería la mano dispuesta de los segadores para recoger el grano, se desató una tormenta –el golpe militar del 18 de julio y el inicio de la Guerra de España-  que cambiaría para siempre, y de forma dramática, su vida familiar y la de millones de personas. 

Aquel verano, Antoni había ido como segador a Albesa, una población situada a una cuarentena de kilómetros al sur de Àger, donde los primeros días del mes de septiembre, junto a un grupo de jornaleros, decidió alistarse en una de las unidades que se estaban formando en Lérida con destino al frente de Aragón. Fue herido en un ojo por la metralla de una bomba lo que le mantuvo, varios meses, alejado del frente. Participó en la Batalla del Ebro, donde se perdieron todas las esperanzas de cambiar el destino de la Guerra. 

El exilio hacia Francia fue el camino que tuvo que recorrer Antoni, como uno más de los republicanos derrotados en su lucha contra los golpistas comandados por Franco. Al igual que tantos otros miles de compatriotas, conoció el internamiento en los campos del sur de Francia. Concretamente estuvo en Le Vernet y posteriormente fue trasladado al campo de Septfonds, situado en las proximidades de la ciudad de Montauban, al norte de Toulouse.  Mientras estuvo en los campos de Francia pudo salir a trabajar como campesino a alguna de las explotaciones agrícolas de los alrededores, pero desde Septfonds, la única salida viable era la de alistarse a las Compañías de Trabajadores Extranjeros. Antoni formó parte de la 33ª Compañía que, como muchas otras, fue destinada a realizar obras defensivas en la conocida línea Maginot. 

La invasión alemana desbordó a Francia, quedando demostrada la inutilidad de las defensas previstas por los responsables militares franceses. Esta derrota tan rápida y tan completa dejó en el desamparo más absoluto a los republicanos de las Compañías que tuvieron que emprender una retirada de las zonas fronterizas donde se encontraban. Antoni, junto al resto de republicanos de su Compañía y de otras muchas que tomaron la misma determinación, huyeron hacia el norte hasta las playas de playas de Dunkerque donde fueron confluyendo varios miles de republicanos. Alli, en Dunkerque, conocieron de nuevo la impotente sensación del abandono al impedirles, los oficiales aliados, su acceso a los barcos que estaban evacuando sus tropas. La aviación alemana ametrallaba continuamente, a diestro y siniestro, a los concentrados en las playas y a quienes intentaban acercarse a los barcos. En aquellas jornadas de finales de mayo de 1940, los republicanos veían con impotencia el triunfo de los alemanes y se incrementaba el miedo a caer en sus manos. Huidas a la desesperada, sin dirección fija hasta que varias decenas de miles de españoles fueron hechos prisioneros en las siguientes jornadas. Antoni fue detenido el 22 de junio y trasladado a uno de los campos de prisioneros de guerra (stalag) que había en las cercanías de la ciudad de Estrasburg. 

En este stalag, el  V-D, permaneció Antoni alrededor de medio año. En diciembre, un grupo de unos 850 republicanos fue obligado a subir a los vagones de unos trenes de carga con destino desconocido. Las penalidades del viaje, contadas por Antoni,  narran el hacinamiento, el cansancio, el hambre, el dolor, el olor a excrementos, …. Un viaje que, por las condiciones en que se realizó, nada bueno podía esperarles al final de trayecto. En la estación de Mauthausen, conocieron el trato inhumano de los SS que actuaban con extrema violencia para hacer descender de los vagones a los recién llegados.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          La entrada en el campo austríaco la realizaron aquellos 846 españoles el 13 de diciembre. Tras los formulismos establecidos para la recepción de prisioneros, les fue distribuida la ropa, el triángulo azul que los identificaba como apátridas, y el número de matrícula. A Antoni le fue adjudicada la 4896 que mantuvo durante los cuatro años y medio que duró su estancia en el campo. Estuvo trabajando en la cantera, utilizó un martillo compresor para arrancar los bloques de granito, también trabajó en el Danubio cargando bloques de piedra en las barcazas que los distribuían por las ciudades austríacas o alemanas. También estuvo destinado a la enfermería, donde conoció las condiciones en que malvivían los enfermos y heridos, muchos de los cuales acababan muriendo o eran eliminados directamente.  En estos destinos Antoni conoció el trato despiadado de los kapos y de los SS hacia los internos, pero también la solidaridad entre los deportados que les ayudaba a soportar, día a día, aquella situación que parecía negarles cualquier señal de esperanza en el futuro.

Suerte, Antoni, en definitiva, tuvo suerte y pudo llegar vivo al 5 de mayo de 1945. La liberación del campo de Mauthausen puso en evidencia una de las características propias del colectivo de los deportados republicanos: su orfandad. Cuando los deportados de todas las nacionalidades regresaban a su país ¿dónde podían dirigirse los españoles? Nadie les reclamaba como suyos. ¿Qué hacer? Pedir su repatriación a España, en aquellos momentos, era impensable. Hubo quienes intentaron ser repatriados a la Unión Soviética. Otros pocos se quedaron en Austria. Pero en general ¿qué sería de ellos? Por fin,  Francia les aceptó y fueron repatriados al país vecino. Empezaba una nueva etapa para los supervivientes: el difícil ejercicio de rehacer su vida con el enorme peso del recuerdo y de las secuelas de su deportación. Antoni, no se amedrantó, tenía el futuro por delante y había que enfrentase a él con decisión, como lo había hecho en todas las situaciones difíciles que le habían tocado vivir.

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